sábado, 2 de julio de 2016

Anselmo Angosto era un estrecho.

A Anselmo Angosto, la vida le había hecho aprender que para conseguir la felicidad había que tener unos principios claros y contundentes. La felicidad no se conseguía únicamente comprando perdices y comiéndolas a diario, ya que esto podía hacer caer en la monotonía y el aburguesamiento.

Anselmo era un hombre de mente estrecha, conseguida tras generaciones, seguramente de ahí su apellido. Por eso le gustaba usar pantalones pitillo, pasear por calles angostas, dormir con su chica en cama pequeña o empaparse con el “txirimiri” bajo un mismo paraguas. Todo ello formaba parte de su manual de felicidad. A sentimientos apretados, distancias mínimas.

Tenía claro que en toda relación de pareja no debía de haber distanciamientos, por eso, al pasear con ella por el callejón de San Andrés, no le quedó más remedio que besarla. Ella era cóncava, él era convexo, la calle era estrecha. 

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